domingo, 18 de mayo de 2008

BODA EN MORENTE


Haciendo honor a la verdad, he de reconocer que uno de los encuentros sociales que más disfruto son las llamadas "bodas morenteñas". El otro día tuve el gusto de irme a casita para casar a dos amigos (o algo más cercano porque los de mi pueblo están más cerca de familia que de la amistad pura y dura). Boda en Morente. Yo, con mi caraja habitual, olvidé mirar el correo electrónico para confirmar la hora de mi billete, comprado meses atrás. El resultado, el esperado. Vuelo cambiado y el que escribe en tierra. Pero como a un momento de estos no se puede faltar, pues ni corto ni perezoso me compré mi vuelo a Málaga esa misma tarde, porque no se me pasaba por la cabeza no estar en España ese fin de semana.

De Málaga, donde mi sufrido padre tuvo que venir a recogerme, a Morente. Allí no pasa nada, no cambia nada, el tiempo parece estar detenido. A mi me gusta así porque me da la sensación de que no estoy tan lejos. Pues esa noche, para no liarme, un poco de comida de la tierra (como me gustan los flamenquines de mi madre) y a la camita. Que gustazo dormir en mi cama del pueblo otra vez.

Al día siguiente, todos bien puestos, bien arregladitos y perfumados, nos vamos dando cita en "El Paseo", esperando a los novios. Las costumbres en el pueblo son inquebrantables. Las señoras, desde rato antes, van entrando en la iglesia para no perder el sitio, los señores se apostan bajo la torre de la Sevillana a charlar de sus cosas esperando que acabe la celebración, y los jóvenes... pues directos al bar.

Es un gustazo volver a ver a todos los emigrados (los nuevos como yo o muchos otros y los hijos de los que emigraron pero que mantienen los lazos con su pueblo). Es un día de fiesta, y eso no hay kilómetros ni obstáculos que nos lo quite. Todo es sencillo, popular, natural y quizá ese es su encanto, y quizá es por eso que sólo me gustan las bodas de mi pueblo.

Parece mentira, pero Valle e Isra se han casado ya. Recuerdo cuando me llamaron estando yo en Francia una noche de hace más de dos años para darme la noticia. Parecía que eso no iba a llegar, que el tiempo no pasaría nunca. Pues ya pasó. Ahora se irán casando los demás y yo estaré allí, con los míos.

Que sean ustedes muy felices...