sábado, 9 de febrero de 2008

GALICIA CALIDADE (I)


31 años he necesitado para poner mis pies por primera vez en Galicia y, a pesar de las recomendaciones, lo he hecho en enero, el mes menos apacible pero también, el más gallego. Ni las previsiones pesimistas de frío y lluvia para estos días me intimidan lo más mínimo. Me pueden las ganas. La zona elegida para la visita es Rias Baixas. A la llegada al aeropuerto de Vigo me esperan Anita y Pedro. Sin ver ni de lejos la ciudad industrial, ponemos rumbo a Pontevedra. La capital de esta provincia es una auténtica joya escondida en la ría que lleva su nombre. La primera impresión cuando nos adentramos en su corazón es de ciudad tranquila, vieja pero no dormida. Luz ténue en sus callejones medievales, piedra de granito, mucho granito. Placitas como la de la Leña, con los omnipresentes "cruceiros", aparecen y desaparecen en nuestro paseo. Las plazas, que en estos días de invierno se llenan de charcos y melancolía, son espacios de encuentro durante el verano, momento de mayor esplendor y belleza, según me dicen constantemente. Aún así, a mi me parecen lugares con magia, con encanto, con ese gusto que slo se encuentra en las ciudades tocadas por la historia. Me quedo con las ganas de recorrer con más calma la calle de los soportales, la citada Plaza de la Leña, la Plaza de O Teucro, la de Méndez Núñez, A Verdura o la Plaza de A Ferrería, presidida por el convento de San Francisco y La Pelegrina, iglesia de planta circular que se encuentra en plena restauración, y otros muchos rincones que solo podré disfrutar si tengo la suerte de volver por estos lares. Pero, a pesar de todo, el mejor sabor de boca que me deja Pontevedra es la hospitalidad, el cariño y el mimo con que me ha sido enseñada esta ciudad y con el que he sido agasajado desde mi llegada hasta mi partida. Ana, y toda su familia, habéis conseguido hacerme sentir como en mi propia casa, cosa que me traigo de vuelta a Roma, en mi cabeza y en mi corazón. Gracias