jueves, 5 de julio de 2007

LA RUTINA

Cada mañana, cada día, mi reloj suena por primera vez a las 6:30 y así, cada diez minutos, hasta las 6:50. Son los 20 minutos en los que sabes que te queda el tiempo justo para volver a dormirte y soñar dos o tres cosas distintas cortadas entre ellas por el golpe de la alarma. La ducha, una ducha matutina, y si Luca me lo ofrece, cosa que suele hacer, un café al vuelo antes de coger la puerta y salir huyendo.
Bajo en soledad por la calle que me lleva a la parada de bus. Algún señor mayor con su perrito en su paseo diario de la mañana son los únicos seres vivientes a las siete de la mañana. Más abajo llego a los quioscos de prensa y de flores, estos, sin embargo, siempre abiertos. Las flores amenizan el paisaje urbano de esta ciudad. En cinco minutos estoy en la piazza Vimercati donde, día tras día, el bus 80 express me espera, repitiendo compañeros de viaje muchos de los días. Serán mis caras conocidas de esta experiencia romana. La señora rubia que se subía en la primera parada, el señor del traje azul, personajes anónimos urbanos que forman parte de mi día a día a la romana.
Ahora, con las vacaciones de los escolares, en algo más de media hora llegamos a piazza San Silvestro. En el trayecto me acompaña un libro de Camilleri. Si no tomé café, este es siempre el mejor momento, expresso, siempre expresso, y directo a la Oficina. La luz roja sobre el timbre me dice que llego el primero. Siempre pienso que hoy saltarán las alarmas, pero no, hoy no, será mañana, hoy no saltó la alarma y puso en guardia a la Embajada. Luces, ventanas y a encender el ordenador. Lo primero, los mail. A ver quien se ha dignado a contestar a mis mensajes, a ver que problemas me llegan a través de mi buzón. Luego, la prensa, un clásico entre los oficinistas. La mañana se va deshaciendo lentamente delante del ordenador entre el murmullo intermitente de las voces de las compañeras de la Oficina. Yo estoy ausente, como el muñequito del messenger. Y, cuando menos lo esperas, surge un proyecto interesante, una reunión para una nueva idea, aire fresco para llenar las horas vacías.
Al llegar la hora de salir, miro a mi alrededor y me encuentro solo, solo en esa oficina en las entrañas de la Roma histórica que, por el momento esquivo. Salgo, conecto de nuevo la dichosa alarma y espero unos segundos a que salte. Pero no quiere, no suena, lo hice todo correctamente. El 80 me espera de nuevo para subir a casa. A las tres es una buena hora para ir sentado y volver a encontrarme con Camilleri, al que a veces engaño con el "24 minuti", uno de los muchos diarios gratuitos, los más leidos en Italia, ahí queda eso.
Una vez allí, subida de la cuesta entre los pinos que me llevan a la cancela que da acceso al jardin de la casa. Oscuridad. Siempre me recibe la casa a oscuras, buscando escapar del calor romano. Una comida ligera, rápida, nada de refinado. Después una película que veré a medias porque el sueño me podrá.
La tarde pasará sentado delante al ordenador escribiendo, como estoy haciendo en este momento preciso, repitiendo uno de los actos que forman ya parte de mi rutina...